DESDE
Villa Gesell
16-XII-1980
Llegué, vi y oré. Agradecí a Dios
este placer inaudito de tener todo el mar para mí. Una de mis diversiones
favoritas fue mirar el cielo, acostada y
ver formarse las nubes, unas muy cercanas,
otras cruzando al bies el firmamento y una gruesa, sospechosa de lluvia.
Fue un día muy bello. Quizá el
cansancio me torna lacónica; me bañé –aunque no pude ir muy hondo, porque la
corriente arrastraba demasiado hacia adentro- pero me ayudó a despejarme un
poco.
Viendo mi falta de sueño, postergamos
el cumple de Sebi hasta el domingo.
Esta tarde iré a misa. Los chicos,
mientras tanto, irán a gastar su dinero en los juegos. Yo suelo sentarme en los
escalones de la vereda: las calles de Gesell son escalonadas; invitan a
meditar.
Santi y Sebi no fueron a los juegos
finalmente. Cuando llegamos de la playa se bañaron y, mientras me bañaba yo, se
quedaron dormidos.
Siempre cuando llego al mar voy a
verlo con mis hijos, luego del largo viaje, a fin de saludarlo todos juntos.
Tocamos la primera espuma de una ola retrasada y nos hacemos la señal de la
cruz. Sebi me preguntó la causa de ese gesto. Le respondí que era la forma de
ponerme en sus manos, bajo su protección. Lo que suceda en las vacaciones lo
dejo a su antojo, con este gesto ritual.
Los chicos están millonarios; el
padre les dio dinero para sus diversiones. Mi madre les adelantó el dinero del
regalo de Navidad para que puedan divertirse. Yo, por el momento, me dejo
estar, me dejo llevar por las olas, el viento, la brisa y la armonía de estos
días que comenzaron tan bien.
El mar no está acogedor. Hay mucho
viento sur. Las olas rompen como quieren; la espuma te revuelca; es imposible
nadar; la corrientes es feroz. Hace frío, aunque al estar el mar tan agitado,
uno sale exhausta de luchar en contra de él y por los revolcones no se siente
el frío.
Ya he tomado un dejo de color
bronceado. Ayer estaba transparente; parecía nevada; hoy ya parezco un ser
humano con un suave color tostado que insinúa el paso del sol por mi cuerpo. Mi
brilla la mirada y tengo las mejillas rosadas. He perdido el color cadavérico
de los meses que se sucedieron a los exámenes. Hoy sencillamente soy feliz.
Amaneció lloviendo. A las diez se
despejó y fuimos vestidos a la playa. Me gusta la arena mojada por la lluvia;
el aroma de la playa es más penetrante y la marea, en días lluviosos, suele
dejar sorpresas en la orilla del mar; conchillas, piedritas de colores y hasta
cangrejos. Ahora es un día precioso; se despejaron las nubes y el cielo está
límpido y azul.
Comencé a leer algunos libros de
estudio, pero lo hago sin apuro, con mucha parsimonia. Por primera vez mis
movimientos son lentos, ex profeso; me muevo, me deslizo por la vida con
lentitud.
Muchas tardes y noches les leo en voz
alta a los chicos, que me escuchan ávidos de aventuras. Como es Literatura
Argentina y trata sobre los indios y sus hazañas crueles en la pampa desierta,
el tema les apasiona. Por supuesto elijo los mejores fragmentos, los de más
acción, así entran en nuestra historia y
en nuestra literatura, sin darse cuenta. Sebastián lee las Parábolas de Cristo,
por las tardes, mientras nos bañamos.
Fuimos a la playa, pese al terrible
viento. Los chicos me regalaron una colchoneta inflable, con una almohada que
es como estar recostada en una nube. Mientras ellos jugaban y se revolcaban en
los médanos, yo me quedé dormida; fue magnífico. El viento me arrullaba como
una canción de cuna. Sebi me despertó; puso su manito humedecida sobre mi
espalda porque “hacía mucho que soñaba”, según sus propias palabras.
Apareció un lobo marino en la costa;
medía –según me dicen, 1,50 metros y era gris claro. Al ver tanto chico, se
metió en la rompiente y desapareció. Me lo perdí por quedarme dormida. Más
tarde encontré tres Juan Salvador Gaviota; cada uno- individualista- ensayaba
su vuelo peculiar en el espacio.
Es increíble ver el cielo azul, esa
bóveda celeste, circular, que cruza de Esta a Oeste el firmamento y, a lo
lejos, el horizonte, una línea inexistente que se pierde en otro horizonte aún
más lejos. A veces, un barco a la distancia cruza el mar.
Los chicos tienen su propio dinero
para los juegos pero para comer estamos apretados de dinero. Nos medimos al
máximo y apenas nos alcanza. Traemos comida al hotel y parecemos los más pobres
de todos los pobres. Los chicos comen alfajores de chocolate a la hora del té
con jugo de naranja. Extraño mi café. Olvidé el termo y el jugo no me energiza.
Está fresco y, aunque llueve, la formante
pasa en diez minutos. El viento viene del sur.
Si hay algo que me llena de
admiración es ver el amor que se tienen Santiago y Sebastián. Es íntegro, total, imposible de
explicar.
Sebi ya se compró tres libros con su dinero sobre los
Hermanos Grimm; cuentos de fantasía donde todo es posible; manzanas de oro,
duendes, hadas milagrosas.
Me encanta verlo tan lector. Santi, en cambio, es una pila imposible de gastar; me agota y en ocasiones me irrito; no puedo con mis casi cuarenta años, seguirle el trote. Es un torbellino que ya mira las niñas y baila todo el día. Le encanta la vida y a nada le teme: Es todo él, el resumen de los positivo pero, aún siendo muy inteligente y tremendamente capaz, no es intelectual. Es el único que le escapa a los libros.
Me encanta verlo tan lector. Santi, en cambio, es una pila imposible de gastar; me agota y en ocasiones me irrito; no puedo con mis casi cuarenta años, seguirle el trote. Es un torbellino que ya mira las niñas y baila todo el día. Le encanta la vida y a nada le teme: Es todo él, el resumen de los positivo pero, aún siendo muy inteligente y tremendamente capaz, no es intelectual. Es el único que le escapa a los libros.
Día soberbio; fresco, lleno de luz, de sol, sin nubes ni
tormenta a la vista.
Por primera vez alquilé una sombrilla. Lo bueno es que
tenemos también cuatro sillas. La colchoneta inflable resultó una maravilla.
Puse la silla tumbada y sobre el respaldo la coloqué y tuvo el sillón más
cómodo.
Almorzamos ravioles con tucos en la playa; estudié griego
y leí un cuento.
Mañana temprano nos vamos a Mar del Plata con mi madre y
su amiga más los chicos y yo.
Ayer perdí mi campera. Se me resbaló de las manos, cuando
caminábamos hacia el centro. Lo siento, porque la necesitaba. Sebi me preguntó
porqué siempre les hago tantas recomendaciones, si finalmente soy yo la que
pierde las cosas.
Me callé y me sonreí; tiene razón. Santiago, que jamás
tiene frío, me prestó la suya, pero no me cierra. No me enojé, no me rebelé: no
puedo culpar a nadie de mis descuidos.
Ayer fuimos a Mar del Plata. Tuvimos una visión histórica
de la familia a través de los cuentos de mi madre. Fuimos a dar una vuelta por
los campos y las costas; nos bañamos en la playa San Jacinto. A los 18 horas,
hartos de dar vueltas, decidimos aproximarnos cerca del casco de la Estancia Cabo Corrientes.
Tomamos un frugal té en el bosque Peralta Ramos y sus alrededores. No puedes
imaginarte la sensación de frescura por el perfume de los pinos, luego de una
día tan caluroso. El sol filtraba sus rayos por entre los troncos y nos
sentamos en uno de ellos escuchando el canto de las aves que se preparaban para
dormir. Santiago comía y se reía; es tan vital este muchachito que, a veces,
parece un potrillo desbocado.
Agradecí a Dios el día que –pese a ser cansador- fue
mechado de anécdotas familiar y lugares desconocidos. Agradecí a nuestros
familiares la visión de edificar en páramos desolados y la fortuna que le dejaron
a sus herederos, pero sobre todo agradecí lo profundamente religiosos que fueron donando una capilla, un
colegio, un convento, el hospital, diez mil metros para construir un barrio que
lleva su nombre y hasta el cementerio. Fue reconfortante saberlos ricos y tan
humano.
Luego emprendimos el regreso a Villa Gesell.
No hay comentarios:
Publicar un comentario