DESDE EL SILENCIO DE MI CARMELO
Prólogo
Este libro no es mío; yo sólo he recopilado y compaginado diversas cartas que me fueron enviadas y extraje lo que me pareció más trascendental (la autora debió perderse en las sombras oscuras por su triple voto de humildad, castidad y caridad; espero que sólo aparezca lo que Dios quiso dar a través suyo).
No es la primera ni la última vez que una monja Carmelita Descalza nos abandona su legado de paz y armonía cristiana. Ya lo hicieron antes, en el Siglo de Oro, Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz- ambos patrono de esta Orden y, en pleno Romanticismo, Santa Teresita del Niño Jesús. Tampoco fueron los únicos.
Quizá no había nada más que agregar, salvo que los tiempos han cambiado, los siglos se han sucedido y hoy, próximo ya al año 2000, en los conventos carmelitanos de clausura rigurosa se sigue viviendo de igual forma, pese a los siglos, según las reglas de Santa Teresa.
Ciertos libros míos han coincidido con la superación de algún problema, en un movimiento centrípeto y finalmente éste me encamina hacia la aceptación total de mi ser, de mis límites y de la creación.
Quizá algún día me encierra yo también en un convento de Carmelitas y, al igual que los antiguos anacoretas, me alimente solamente de leche, pan y miel.
(Tercer domingo de octubre, 1979)
El espíritu de la Orden
Fue fundada por Santa Teresa en 1562, en Ávila, España. Los actuales conventos siguen siendo fieles a los lineamientos de la fundadora. La orden es eclesial y apostólica; es un diálogo constante con Dios, realizado tanto en el trabajo como en la oración, siempre con ánimo alegre. Se pone el acento en el ejercicio de la virtud, los rezos y el trabajo. Las tareas no habituales, como las de la huerta y el jardín son eficaces para la ascesis.
Los diversos trabajo que emprende cada convento les permite solventar en gran medida los gastos de la comunidad; hacen escapularios, imágenes, rosarios, loza, cristales, estampas en papel o en madera, muñecos de trapo, encuadernaciones. También ayudaban las donaciones económicas, cada vez más escasas, y los alimentos regalados, cada vez menos frecuentes.
La edad mínima para el ingreso es de diez y ocho años y de veinticinco para la Profesión Solemne, con los estudios secundarios completos. La capacidad de un monasterio es de veintiuna monjas.
Los contactos directos con el mundo exterior son escasos y se reducen a salidas por razones económicas o de salud; visitas a un médico o al dentista. Salen siempre de a dos, viajando en ómnibus, subtes y ocasiones en taxi. El ruido y el movimiento no dejan de aturdirlas, aunque obren de modo de no llamar la atención con su recogimiento y habitual reserva.
Ciertos conventos son más exigentes que otros con respecto a las visitas de los familiares. Algunos se reducen a una visita mensual que se realiza en un locutorio con barrotes.
El silencio es el fin de la comunidad para consagrarse plenamente a la oración. Se habla lo necesario -excepto en las horas de recreo- pues la gratuita conversación desvía la mente del recogimiento.
Pueden escuchar la radio o ver la TV en caso de ceremonias religiosas o acontecimientos capitales de la iglesia o cuando suceden hechos de gran repercusión en el país o en el mundo. Están al tanto de los problemas de la mujer en la sociedad actual. Las autoridades son la Priora y cuatro consejeras. Por lo general, ella no toma decisiones hasta conocer el juicio de sus consejeras. Su elección se efectúa por votación de las hermanas, ante el representante del obispo de esa jurisdicción, más dos sacerdotes. Poseen un reglamento bien preciso en los libros de Santa Teresa. Cada nueva Priora elige sus consejeras.
Un día en el Carmelo
Se levantan a las 5.30 A.m. A las 6 entran al coro, donde se reúnen para rezar- y después de laúdes y de una hora de meditación -oración silenciosa e individual- rezan tercia. A las 8, el capellán de la comunidad celebra la misa conventual; después de la misa desayunan: café con leche y pan. Hasta las 11.20 trabajan en las tareas asignadas, para luego dirigirse al coro a fin de rezar sexta y realizar el examen de conciencia.
En seguida pasan al refectorio; el tiempo de almorzar es de media hora. No comen carne –salvo las hermanas enfermas- sí pescado, huevo, leche, verduras. Usan cubiertos de madera.
El recreo es de 12.15 a 13.15; allí se rompe el silencio y se percibe la alegría en la cual viven. Se reúnen y conversan, mientras cosen, tejen o continúan con alguna otra tarea manual.
De 13.15 a 14.30 dedican el tiempo para ellas; leen, se ocupan de su ropa o pueden descansar una hora.
A las 14.30 regresan al coro para rezar nona y a continuación trabajan hasta las 17.30; se dirigen nuevamente al coro y rezan vísperas y la oración final, Permanecen en el coro orando en silencio hasta las 18.45 y desde esta hora hasta las 19.15 toman una pequeña colación: sopa de verduras y, a veces, fruta. La segunda recreación es a las 20.15.
En días de fiesta o domingos no se trabaja y en alguna gran festividad tocan instrumentos o componen versos; todo al igual que en tiempos de Santa Teresa.
De 20.15 a 20.45 rezan completas. Desde esa hora hasta las 22 las religiosas pueden escribir cartas o leer y a partir de las 22 hasta las 22.40 se efectúa el oficio de lecturas. Finalizado éste, cada una se dirige a su celda; mientras lo hacen, una hermana canta en diversos puntos del monasterio una sentencia que tienen a prolongar en estada de descanso y de sueño el clima de recogimiento y de oración que se logró durante el día.
(La Nación , Bs. As 27-V.1982)
Cartas de una Carmelita:
- Una creciente amistad
- Hábitos monacales
- Problemas cotidianos
Esta cruz, que me llegó la noche de Navidad, te la regalo. Sé que Jesús cuenta conmigo; para eso estoy en el Carmelo. Mi hábito y mi consagración diaria me lo recuerdan día y noche, sin posibilidad de descanso.
Este pequeño crucifijo te recordará que Jesús cuenta contigo, para que lo lleves en tu alma, para que lo ames y para que ese amor sea transparente en quienes te rodean. Cuenta contigo para que no le pidas explicaciones sino para que a su lado lleves la Cruz con Él.
Sí, Jesús cuenta que seas Cristina, Portadora de Cristo, como tu nombre lo indica.
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Que Jesús prenda en tu corazón en la Noche Santa, la alegría de saber que como cristiana llevas en tu corazón a ese Niño, que tiembla de frío en un pesebre, porque los hombres no quieren amarlo.
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Mientras viva te llevaré al Sagrario, en mi oración diaria, ya que si yo llegara a ser una verdadera carmelita mi respiración debería ser oración.
Te agradezco las poesías. Me gusta tanto como la buena música. Al escucharla pareciera que brotara desde el fondo de mi ser. Mientras te escribo escucho la Séptima Sinfonía.
Existen músicas que acompañan los estados de ánimo. Existen otras, cuya hondura es tan profunda que parece fundirse con el propio ser. Así me sucedió con el Réquiem de Mozart.
Beethoven es Beethoven, estamos de acuerdo, y Mozart es siempre Mozart y todos los genios de la música y de la poesía son pequeñas y breves partículas, pequeños atisbos de la infinita sabiduría de Dios.
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Comprendo tu alma, porque eres transparente y ella se me hizo patenta en tu mirada, en tus gestos, en tus manos cargadas de sensibilidad.
No temas; tu lugar en mi corazón lo hizo Dios y yo debo ser fiel a su mandato.
Te agradezco que me hayas brindado tus preocupaciones a fin de llevarlas en mi oración silenciosa dentro de mi corazón consagrado.
Gracias nuevamente por haberme brindado tu alma, que yo cuidaré con ayuda de Jesús. Yo sólo significo en tu vida una ayuda espiritual, un especie de bastón para efectuar el extenso viaje de la vida.
Entré al Carmelo para que un día mi oscuridad, mi silencio y soledad estallaran en luz en ciertas almas que yo desconocía y que Dios, misteriosamente, acercaría a mi vida consagrada.
Una de esas almas eras tú- pequeño manojo de tensión y de angustia- y desde el primer momento sentí que debía darte mi oración y que debía caminar desde el Carmelo y compartir contigo las piedras y espinas que te hirieran, porque la carga que se lleva entre dos pesa menos.
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Dios te ha dotado de una gran capacidad para captar lo bello, lo noble, pues todo artista añora una perfección mayor. Tus palabras caen en mi corazón y germina una oración que brota muy sencilla y simple delante del Sagrario. Allí te llevo y allí te dejo y sé que te irás restaurando poquito a poco.
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Si alguna vez te cayeras y te lastimaras, si alguna vez el barro te salpicase, puedes estar segura que te besaría con más cariño –si cabe- y sabría comprenderte y ayudarte, tratando de restañar en ti las heridas de la caída. Esto me lo enseñó el Señor en horas de oración.
Espero que nuestro encuentro sea siempre en encuentro de almas que se comprenden más allá de las palabras y no “un puente de malentendidos”, como decía el Principito.
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Hoy me diste una gran alegría, muy apropiada litúrgicamente pues es la fiesta de la Epifanía.
Qué lindo verte serena, hablando, indagando las huellas, a pesar de los pesares.
Fuiste la sonrisa del Niño Jesús en aquella otra Navidad; hoy eres el regalo de los Reyes Magos.
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Gracias por tu carta tan llena de lindas noticias. Me alegro de ver cuánto gozaste en el Sur. Me han dicho que el lago Mascardi tiene aguas de color azul turquesa.
No me extraña la contrapartida de los días en Alfaland; siempre el campo te ha traído recuerdos de la infancia, pero en comparación con ese Sur que acabas de visitar, esta vez la estancia te quedó pequeña.
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Me están pintando mi lugar de trabajo, de modo que he sigo violentamente desalojada y aprovecho antes de que surja otra tarea imprevista, de las que abundan en el Carmelo, para escribirte, mientras escucho música.
Te escribo un poco a la disparada, en medio de timbres, llamadas por teléfono y corridas propias de mi vida como secretaria, ecónoma y tornera.
Este año nos hemos tomado diez días de vacaciones dentro del monasterio; he aprovechado para poner orden en mis papeles, ropa particular, escribir, oír música y meditar, aparte de dormir un poco más.
Espero que te cuides, es decir que cuides tu alma. Mucho ánimo y adelante.
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Mi vida se reparte en las obligaciones propias de mi oficio; soy tornera por la mañana y por la tarde soy secretaria de la Madre Priora. Mi vida gira en torno a la Comunidad y trato de estar al servicio de ella. A veces, lo reconozco, me puedo sentir sola y cansada, pero es allí donde la música me relaja, me dispone para un nuevo día.
Dentro de cinco minutos sonará la campana y tendré que ir a rezar al Coro
Quiero ayudarte, Cristina, quiero ayudarte en tu vuelo hacia Dios.
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Empiezan los días medio grises del otoño; imagino que a tu temperamento de artista lo pone melancólico. Escribirás con un sabor dorado, ya verás.
Hace mucho frío y el Convento es una heladera. El frío que paso lo ofrezco para que los corazones ardan en el amor y confío que alguno llegue a caldearse.
El domingo a la tarde te esperé con un ramito de jazmines y un pimpollo de rosa blanca; te sentí tan apenada la noche de Pascua, luego de la partida de Joan, que deseaba darte esta pequeña alegría. Como no viniste le puse las flores a la Virgen y le pedí que te consolara. Sé que las despedidas te hacen sufrir y en esta fecha siempre sueles tener bajones, pero este año será diferente. Tus dorados cincuenta años te darán una experiencia y una objetividad para transitar el camino. Que esta nueva década que recién se inicia sea de plenitud y éxitos literarios.
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Quisiera que esta Pascua en Alfaland sean días serenos. Aprisiona verde entre tus pupilas a fin de poder soportar el cemento de esta gran ciudad.
Deseo que sean para ti un descanso que te ayude a enfrentar el diario día a día.
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Hoy me sentía muy triste y no sabes lo bien que me hizo escuchar el Adagio de Albinioni.
Después de la muerte entraremos en la vida eterna. Este último viaje y la hora definitiva de la partida sólo Él la conoce.
Dentro de un minuto sonará la campana y estaré rezando de nuevo por ti, por el mundo, por los que sufren, por los que lloran. Te llevo pues a mi oración y te abandono en ella.
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Cuando estás cansada o te exiges demasiado mentalmente, con el agregado de pocas horas de sueño y demasiado café, las mariposas negras comienzan su danza cada vez más vertiginosa y cuando más rápido danzan más te marean y te obnubilan a fin de poder apreciar los valores por los cuales debes luchar.
Te suplico que hagas un esfuerzo. Por experiencia sabes que estamos espiritualmente muy unidas.
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Estoy en pleno Retiro Espiritual, ayudada con unas buenas pláticas. Paso el día en soledad y en silencio; habito una ermita construida en la huerta. No te imaginas lo que es la soledad del Carmelo desde una ermita. Pasan las horas y uno se encuentra en suspenso entre el cielo y la tierra; respiramos la atmósfera pura de las altas cumbres.
Me has pedido una carta sin urgencias ni apremios. Tengo una hora tranquila en este día de paz.
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“Una pequeña música nocturna” de Mozart es de una frescura incomparable. Sin embargo no he logrado superar mi preferencia por Beethoven. Hace poco escuché “la sonata a Kreutzer” para violín y piano y es de una profundidad incomparable.
Pero tienes razón; existen momentos en los cuales uno necesita una música más cristalina; me cuesta aceptar que en ciertos períodos necesito más a Mozart que a Beethoven. Tal vez posee demasiada pasión.
El segundo movimiento del concierto para violín en Re menor de Mozart es magnífico; me ha transportado muy lejos, hasta senderos inalcanzables.
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En noviembre cumplo mis Bodas de Plata: 25 años de consagrarme a Dios en pobreza, castidad y obediencia; 25 años de bendiciones, no siendo menos las cruces con las cuales me marcó. 25 años en el Carmelo. No los he sentido casi. Dios me dio la fuerza de cargar con mi cruz.
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Comprendo la impotencia ante tu depresión; el problema es tener enferma la voluntad; no podemos exigir que reaccione y siga marchando.
Sé que tienes una gran sed de infinito que no se sacia ni con lo que ves ni con lo que palpas, que te cuesta vivir en el mundo de las realidades, tan agresivo y hostil, tan incomprensible a veces.
Te imagino cansada, sin ganas de seguir luchando. Pero Dios te brindó el secreto de la inspiración poética y literaria y no podrás escapar a tu destino.
Entonces tu sed de Absoluto se saciará.
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Me han elegido Priora; te lo estoy contando y me resulta increíble, pues no tengo condiciones para este cargo, pero aquí me tienes, ensayando ser madre de 21 hijas espirituales y queriendo ayudarlas en su camino.
Me despierto y me parece un sueño. Es una etapa nueva que durará tres años.
El único descanso que me permito es escuchar la música que me regalaste y me regalas desde hace catorce años. Un día es Beethoven, otro Mozart, otro el Mesías, no falta el Adagio ni el Réquiem, ni tantos conciertos elegidos por ti.
Ya ves como discretamente estás dentro del Carmelo. Cuantas veces he acudido agobiada al Adagio de Albinoni y me he sentido acompañada en esa melodía incomparable.
La vida, decía Santa Teresa es “una mala noche en una mala posada”.
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Estas dos noches en terapia me han hecho valorar la vida. Puedes quedarte tranquila; me cuido, me cuidan, descanso, me encuentro más animada. Escucho música desde mi celda y me ayuda a rezar y a sentirme acompañada.
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Me fui a Santiago del Estero y llevé la música que, unida a los cuidados de mi hermana obraron el milagro de mi pronto curación y en veinte días era otra persona.
Te agradezco tu modo entrañable de acortar distancias, tu inalterable cariño. La amistad nos llegó a través de la música, donde cada nota posee una resonancia especial y une nuestras almas en una armonía que nos aleja de toda estridencia. Largos años de amistad me hacen pensar que nos comprendemos más allá de las palabras.
Luego de mi enfermedad misteriosa, aún para los médicos, necesito un tiempo sereno para prepararme para el gran viaje. La señal de partida no depende de mí, aunque sí el intentar no perder el tren.
No deseo que sufras mi muerte; no será una muerte a secas: será un encuentro de amor.
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Epílogo
Te escribo en las últimas horas de este año. Ninguna de las dos lo olvidaremos. Sabes cuánto me costó ver desdibujarse en las sombras la imagen dulce de mi madre, llena de inmensa ternura y no sólo verla una vez sino tener que contemplar su lenta y abismal destrucción. Pero ese dolor tan duro, mirado con fe y con amor, delimita nuevos rumbos, que escapan siempre a nuestro limitado y pobre humano modo.
Dios me regaló en esta Navidad el poder verte comulgar con mis propios ojos y ese encuentro de tu alma herida, fue como un ave que intentaba su último vuelo, como un cisne que quería cantar, antes de morir.
Así te conocí, como despidiéndote de todas las cosas, porque todas ellas estaban vacías. Querías irte y yo no podía hacer nada más que rezar; quedarme delante del Sagrario y decirle a Jesús: “Señor, tú lo sabes todo”. Sólo Él podía hablarte, marcar la hora. Yo debía simplemente esperar. No hubiera violentado tu libertad jamás; tengo un respeto enorme por las almas.
Cuántas veces en este tiempo de Adviento volví al Sagrario diciendo siempre: “Señor, si Tú quieres…” y allí me quedaba. Recé mucho y gocé mucho. Dios permitió que esta Navidad fuese para mí una fiesta de luz, porque Jesús prendió una estrella a último momento que fue tu encuentro con la Eucaristía.
Tengo la seguridad de que no lo perderás, Por sombras y luces te guiará, caminando a tu lado, recorriendo la senda contigo. Aprenderás a ser paciente, el olvido de ti cada día.
Siempre es corto el rato para conversar contigo. El mes de enero será de mucha tarea. Soy Priora pero como en febrero finaliza esa función, al terminar el trienio debo dejar los papeles en orden para que la futura nueva hermana que me suplante no tenga dolores de cabeza desde el comienzo.
Pero no pienses ni por un instante que no vibro contigo y puedes estar segura de que siempre que me necesites estaré a tu lado. Si Dios me llama, no dejaré de rogar por ti jamás; tu alma está en la mía, en esa misteriosa unión por intermedio de la oración.
Si me retraso en escribirte no es olvido; es que no tuve un minuto libre El alma vuela, mi querida, pero los pies tienen que caminar y las horas pasan, aun cuando el alma se halle anclada en la eternidad.
Cristina, te reirás de tus angustias, de tus fallas. Crecerán tus hijos y vendrás los nietos, cuando blanqueen tus sienes y vendrás a misa, al Carmelo, rodeada de chiquillos revoltosos que no te dejarán quedarte a solas rezando y me dirás: ¿Te acuerdas? Pasaron veinte años y cada día fue más pacífico, cada mañana marcó el comienzo de una nueva aventura, que empieza en la tierra pero que termina en el cielo, en la dicha que no tiene fin.
María del Valle siguió enferma, sin que los médicos supieran exactamente cuál era su mal. Mientras la estaban preparando para operarla y descubrir el porqué de sus problemas estomacales y su derrumbe físico, una aneurisma galopante la salvó de la cirugía pero no de la muerte.
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