sábado, 17 de octubre de 2020

ITE CUPIDO EST

 

 
                   
                           1986
 
Introducción.
A Milan Kundera que me inspiró para escribir este breve   novellino.


1
 
Tener compasión significa saber vivir con el otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad. Es el arte de la telepatía, de un valor incalculable.
2
MI PASO ERA AHORA MUCHO MÁS LIGERO, CASI LEVE. DISFRUTABA DE ESA DULCE LIVIANDAD DE MI SER.

3

La grandeza del individuo consiste en cargar con su sino, cual Atlas lleva la elíptica esfera sobre sus amplios hombros.

4

 Mi recuerdo le sería insoportable y doloroso. Ni siquiera el dolor más íntimo es más pesado que el pathos en soledad, multiplicado a través de la culpa y prolongado en centenares de ecos.
 
 5

 ¿Cuánto  tiempo me torturaría su ausencia? ¿Un año, unos meses o sólo una semana?  ¿Se daría cuenta de que existe una cantidad de posibilidades de amores no realizados por otros hombres?
Todos tenemos por inimaginable que el amor nuestro pueda ser repetido.
 

6

 Yacía a su costado, suspirando pausadamente, mientras él dormía. Sentía una opresión en la boca del estómago y una infinita angustia por su regreso.
  
7

No pudo ser feliz, pues la dicha se basa en repeticiones circulares. Ser o estar feliz es repetir una vez más un estado de ánimo que nos causó antes gozo.
 
8

 Solamente la casualidad puede manifestarse como un jeroglífico sin descifrar. Lo esperado permanece en silencio. Tratamos de leer en ello tal como el brujo en un mazo de naipes, en un futuro repleto de encantos. Si el amor fuera inolvidable, los acontecimientos deberían volar hacia él desde el primer contacto.
Nuestra vida cotidiana está invadida por hechos casuales, hechos inexplicable a los cuales denominamos coincidencias, lo que significa que dos actos ocurren al mismo tiempo.
En Ana Karenina, el principio y el fin de la novela suceden en un andén; es una de las tantas composiciones simétricas, como El Quijote, por ejemplo. Pero volviendo a Ana, el encuentro con Vronsky es en un andén, donde un miserable harapiento acaba de lanzarse bajo las ruedas de un tren y al final del relato ella elige también ese fin para sí misma: las ruedas y el andén.
 
9

Es así cómo se manifiestan los tropezones humanos, cual una pieza musical. El ser, subordinado al valor, transforma los hallazgos casuales en un motivo esencial, que forma parte de la trama de su existencia: regresa, los olvida, los modifica, como el compositor a su tema.
El individuo traza su paso por la vida según ciertas reglas de belleza, aun en las etapas de mayor ansiedad. Ésta es la única razón por la cual se mantiene ciego ante su diaria cotidianidad, dejando que el ser pierda la  dimensión del universo.
 
10

Su existencia estaba desdoblada. El alba y el poniente luchaban en ella de forma permanente. Sentía un irrefrenable deseo de caer; yacía en el vértigo  continuo. Él solía antes levantarla pacientemente.
 
11

Ese ajuste estuvo basado desde el comienzo en el error. Sus proyectos fueron el escenario falso que los había engañado. Cada uno creó un Edén para el otro,  pese a que pudo convertirse en un infierno. El hecho de quererse demostraba que la equivocación no residía en ellos sino en la inseguridad de ella; no congeniaban, esto era lo cierto.  Ya no estaban en contacto directo, pese a que en ocasiones volaban juntos con su intelecto. Sus almas fueron similares, aunque  la educación recibida fue tan diferente.

12

Ella creía en Dios y pensaba que era la clave de todos sus actos. Estaba subordinada a la religión, pero no la practicaba ni yendo a misa ni comulgando los domingos o fiestas de guardar:  llevaba Dios en sus entrañas.
 Sus normas de conducta no eran iguales;
No era un agradecido nato y podía ser brusco y hasta tomarse un desquite contra el prójimo.
 
13

Ya no era joven; le era suficiente una dosis de serenidad y de seguridad en su entorno y comprendió que era un paso necesario para su intelecto. No vendría tras ella. Su orgullo era muy fuerte. La dejaría tomar su propia decisión. Si  se abrían perspectivas diferentes, no intervendría. Como un perrito echado, con la cola entre las piernas, ni siquiera ladraría o gemiría.
 
14

El no amaba la pureza; había instaurado otra clase de relaciones y no podía comprender su angustioso esfuerzo por seguirlo en esos nuevos y extraños manejos del amor. El quiso con ellos salvarla de la trivialidad de un encuentro sin importancia y separarla, mientras tanto, de su hogar conyugal: la cama matrimonial seguía siendo el símbolo y los símbolos no deben profanarse.
 
15

Amó  en ella su cultura, su razón despierta, no su físico alejado de toda sensualidad. Le había atraído su intelecto; faltaba material para sostener esa pareja.
 
16
 

Después de tanto amor frustrado, tornó a una paz íntegra, lograda por fin. No existía más la pasión acompañada de palpitaciones cada vez más rítmicas y veloces de ese corazón –que es a la vez un músculo ciego y dinámico-; su alma volaba por caminos insospechados
 
17

Modificando la relación quiso, deseó liberarla, aunque la sumergió en un lodo en el cual ella no estaba dispuesta a seguirlo. Ella creía que se debía tener una relación correcta con el destino: el problema no radicaba en ser feliz sino en ser coherente y llevar una vida con la que uno estaba de acuerdo, que correspondiera a nuestros principios.
 
18

Ese ajuste estuvo basado desde el comienzo en el error. Sus proyectos fueron el escenario falso que los había engañado.
 
19

En el amor sentía la excitación más fuerte, porque se excitaba en contra de su voluntad. Su alma no aceptaba la situación, pero para que durase aquella relación debía seguir el juego de las obligaciones que le otorgaban siempre determinadas prebendas.  Si no admitía el juego, la excitación disminuiría, pues la causa de que el alma se excitase era que su cuerpo presenciara esa traición, estando en total desacuerdo.
Las aventuras no fueron habituales en ella. Había conocido cuatro hombres y uno era su ex marido. En cuatro décadas no le parecía desmesurado. Al entregarse, amaba. Hacía el amor y se brindaba de inmediato.
Ante pequeños adulterios se inclinaba por la fidelidad, pero si eran inmensas pasiones, entonces sí:
¡Que el universo estallara en mil pedazos!
 
 
20

Hasta hacía poco él la aprisionaba, cancelando todas las puertas: ¡Era tan  posesivo! ¿Qué explicación se puede dar sino la de que el universo entero se había convertido en un mero campo de concentración?

21

No le faltaba sensualidad sino la energía a fin de seguirlo en esos denominados juegos sexuales.
Ella le inspiraba ternura y la pasión es inimaginable sin una cierta capacidad de violencia. Ella no significaba violencia alguna y renunciaba a seguirlo a la fuerza por senderos que le eran tan dolorosos como vanos. Era como inventarse cada vez un nuevo papel: se convirtió en una carga.
 
22

Él afirmaba que nunca podría hacerle daño. Era un culto religioso más que un amor. Entre los amores terrenales y este amor celestial existía un mutuo acuerdo,  pero no fue suficiente.
Ese amor celestial contenía -por ser justamente paradisíaco- una elevada dosis de elementos confusos, no comprensibles a primera vista, que los llevaba a múltiples malentendidos. Sus amores terrenales estaban basados en el ardor de un lecho con una mujer de fuertes caderas, estrecha cintura y piernas de bailarinas musculosas y grotescas.
Su amor  lo elevaba a las alturas, sin dejar por eso de observar y desear poseer toda criatura del sexo opuesto que se le aproximara en cualquier sitio del universo.
 
23

Es tarde. Está sola. Sabe que se quedará allí, en su hogar, siempre avanzando, porque no podría dejarse estar: la idea de verse

24

La gente escapa de la tristeza hacia un lejano futuro. Se imagina una recta más allá de la cual su porvenir mejorará, dejando un leve día de existir. Esto la consuela y le concede un cierto halo de bienestar.
 
25

Ella no podía ver la recta todavía. Desde hacía tiempo deseaba transmutar –de acuerdo a la filosofía de Parménides –lo pesado en leve. Su misión era ésta; conocer lo que se oculta detrás, intentar descubrir el otro lado de las cosas, de los sentimientos, lo que queda en la vida, cuando uno logra deshacerse de los hilvanes que hasta entonces consideró su tarea.
 
26

Según  Kundera, todos necesitamos de alguien que nos mire.
Se puede    dividir en cuatro categorías:
.Necesita la mirada de infinitos ojos anónimos, la mirada del público. Si no lo miran, siente que se ahoga.
·      Necesita la mirada  de muchos ojos conocidos; son los incansables organizadores de cocktails y comidas. Son más felices que  la categoría anterior. Cuando pierde su público tiene la sensación de que se  apagó la luz. Siempre intenta encontrar alguna de estas miradas.
·      Necesita la mirada de la persona amada. Es el   soñador, el  que vive bajo la mirada imaginaria de personas presentes.
 
27

La mujer –admite Kundera- no puede resistirse a la voz que clama a su alma asustada y el hombre no puede resistirse a la mujer cuya alma ese sensible al lamento de su voz.
Ella no estaba ni siquiera protegida por su amor; temía a cada instante su huida, aceptando sin embargo de antemano su relación “in situ”  su mujer, su matrimonio.
 
La frágil construcción de esa pasión se derrumbaba. La columna vertebral era su fidelidad, no la suya. Pero el amor es como un imperio: cuando se desvanece la idea sobre la que se edificó éste, perece el imperio también.
 
28

El leyó su escrito y se escandalizó; era peor de lo imaginado. Jamás lo había sospechado. Se sentía ligada a ella, pese a su mujer legítima, por una especie de promesa de fidelidad que mantuvo un cierto tiempo, extenso para su “modus vivendi”. Se convirtió en un amante sin su amada por largos y agotadores meses, en medio del silencio y de su desaparición imprevista.
 
 
 
30

 

¿Qué lo condujo a ella como la abeja a la flor a fin de libar su néctar? ¿Qué cálculo racional o fue un profundo llamado interior?
 
31

En el mito de El Banquete,  Platón explica que los seres humanos fueron antiguamente hermafroditas, pues los dioses los separaron en dos mitades y que, desde ese momento, vagan por el universo buscándose; el amor sería el deseo de encontrar esa mitad perdida de nosotros mismos.
Quizá sea así; tal vez él intenta hallar en algún sitio del cosmos su propia identidad, con la cual en un entonces formó un cuerpo y, al no hallarla, sigue afanosamente su búsqueda.
 
32

En el Génesis está escrito que Dios creo al hombre, haciéndolo dueño de cuanto animal exista en la tierra: aves, bestias, peces, pero no le concedió el mismo dominio sobre todas las mujeres, salvo una, la suya “para crecer y multiplicarse”.

33

El individuo no es propietario terrestre sino un simple administrador: algún lejano día deberá rendir cuentas.
Descartes llamó al hombre “señor y propietario de la naturaleza” , negándole a los animales un alma; los veía como máquinas animadas, como si sus quejidos fueron similares a las campanadas de un reloj mal engrasado.
Nietzsche le pidió disculpas a Descartes y a su teoría el día que abrazó a un caballo en medio de la calle y lloró sobre su cuello. Le devolvió de esa modo  informal el alma, oponiéndose totalmente al filósofo moderno.
 
34

En el cerebro masculino existe –según  Kundera- una zona específica llamada por él “memoria poética”, donde se registra todo lo que nos ha conmovido o contribuido a embellecer nuestras diferentes etapas.
Desde que se había convertido en su amor celestial, ella sostenía que ninguna mujer tenía el real derecho a plasmar en esa fugaz porción de su cerebro ni la más mínima huella.
Sin embargo, él no lo creía así: toda mujer le inspiraba el derecho de examinarla como uno mide con un metro los centímetros de una tabla de madera, imprimiendo en la corteza cerebral de su memoria toda señal que aquellas fugaces proporciones dejaban a través de su deseo físico, con el ojo clínico del cual ve en el sexo una forma de vida.
Para ella, el amor celestial debería predominar al terrenal.
 
35

Su cerebro jamás descansaba o sólo por momentos, cuando tocaban temas relacionados con su capacidad creadora o la literatura. Si no tenían nada que discutir, donde su ego pudiera prevalecer, se sumergía con mayor ahínco, con un dejo de profesionalidad en las medidas de esas obras maestras femeninas, que ni eran estéticas ni las universalmente reconocidas, sino las vulgares: la mujer curvilínea, regordeta y pequeña, de dura carne fibrosa. Lo opuesto en un todo a su ser.
Ella no podía serle infiel a su trascendencia; sería no aceptar el llamado divino. Estaba determinada para algo más sublime.
 
36

El silencio les creció; estaba entre ellos cual una tragedia: pesaba el aire.
Para liberarse se fue de repente, sin una palabra, prometiéndole llamar por la tarde del día siguiente y no regresó: prefirió que sus cuerpos no se despidieran y se marcharan sin gritos ni reproches, ni reconciliaciones y nuevos desencuentros. Ya había comenzado el tiempo del adiós y este podía alargarse o no pero ya había comenzado la despedida.
 
 

37

Cuando comenzó a analizarlo, destruyó la imagen de lo soñado, lo cual era imposible que germinase: tenían realidades opuestas.
Deseaba modificarlo y era indispensable un lenguaje universal para el diario convivir.
 
38

Nadie puede brindar la cualidad del idilio eterno, al haber sido expulsado del Edén: hemos de sufrir en silencio a fin de ser admitidos nuevamente.
La estaba  dañando, pese a comportarse gentilmente.
Jamás sabremos si nuestros afectos nacen de los sentimientos del amor o hasta qué punto son una real necesidad.
El  amor debe mostrarse con una libertad que no presente fuerza alguna, pues de lo contrario se entablaría una lucha sin cuartel, donde uno sería el vencedor y el otro, el vencido
 
39

Reminiscencias: recordaba el tiempo en que se encontraban, como si  la música fuera una exquisita flor silvestre que crecía en la cima de una montaña nevada y silenciosa.
Pero había llegado el final; sentía el apuro por salir de esa situación, tal como uno desea escabullirse a la calle.
 
40

Quiso regresar; la reconciliación una vez más, por medio de las caricias eróticas, pero en ocasiones la existencia humana se torna imperceptiblemente leve. Ella prefería morir de una muerte lenta y agónicamente cruel que recomenzar una vez más, porque el mundo había perdido toda capacidad de trascendencia. En verdad, ella anhelaba una muerte metafísica, no materialista y sin sentido alguno.
 
 
41

Fue el fin. Un incidente adelantó la labor divina. Dios contaba con él; se hubiera encargado personalmente pues la predestinación estaba entre sus designios.
 
42

Después de tanto deseo inútil, tornó a una paz íntegra, lograda por fin. Su alma yacía en una sosegada calma. 
 
 
43

Kitsch –según Kundera- elimina de la existencia humana todo lo que es esencialmente inaceptable. Todo ser que acepte situaciones inadmisibles no vive de acuerdo a este término.
Nadie escapa a su kitsch: pertenece a su Sino. Podríamos bien compararlo a un cuadro; enfrente está la hipocresía y detrás del lienzo se esconde la verdad.
Existe en mí una imagen que sería mi ideal; un cristal iluminado una noche de Navidad nívea, nevada y fría, donde habite pacíficamente una familia feliz. Sé que es mentira, que no existe una familia dichosa todos los días de un año, pero ése es mi ideal irremediable.
 
 
44

Yo era su amor celestial; él prefirió subordinarse a sus amores terrenales, con lo cuales soñaba despierto, fijando sus pupilas en las medidas de una mujer cualquiera, que retenía luego entre su retina obstinada.
Para avanzar hacia esa gran marcha que es la vida, es necesario no perder de vista la identidad y ser fiel a nuestro propio kitsch, eliminar “ lo que es esencialmente inaceptable” en el orden de lo moral.
Mi kitsch personal no convergía con el suyo; era como si un norteamericano se diese la mano con un bárbaro soviet comunista.
 Cuando dos polos de la existencia se aproximan hasta rozarse, con inmensas diferencias de valores, nada es posible.
 
45

Yo no era practicante, sí creyente de un Cristo que –si no fuera Dios, merecería serlo-. 
Estaba de acuerdo con el camino elegido. Uno no puede vivir haciendo transgresiones- El ideal de la antigua aristocracia griega era el areté y sin éste únicamente sobreviven los individuos de moral dudosa, porque se van distanciando del ser y no puede alcanzar más que lo que el recién nacido en su cuna; el pre-ser de Heidegger.
 
 
46

No tengo miedo a la muerte: la busqué en dos oportunidades y ésta me eludió, pero sí de morir enclaustrada en un féretro o sepultada sin lograr mi camino. Aun quemada y esparcidas mis cenizas por doquier o enterrada bajo tierra, transformada en lo que Cristo sentenció: “polvo eres y en polvo te convertirás,” tenía que seguir mi ruta.
 
 
47

Deseaba morir y ser más leve que el aire. Parménides lo explicaría como una transfiguración de lo negativo en positivo
 
48

No compartíamos los mismos intereses; sus almas se habían extraviado. Eran tiempos distintos, relojes que no señalaban el mismo tiempo,  matices, diferentes, ideas que él no tomaba en cuenta, a la menor curva femenina que se cruzaba en su ruta. A todas cotejaba; todas era mensurables, objetos de su deseo inconcluso.

49

No era feliz. Encontraba junto a él la tristeza y no quería tornar a ella cara a cara, de frente o de perfil. El no lo percibía; seguía empecinado en mirar la calle como si fuera una pantalla en tecnicolor, donde ningún personaje femenino podía dejar de detectar con su mirada inquisidora; me desagradaba las ansias de su espíritu glotón, insatisfecho y sediento.
 
 
50

No quise herirlo. No pudo ni hubo reconciliación. Cada cual estaba solo, empecinado en su idea. Cada uno solo, consigo mismo, hasta la muerte.
 
51

Corté con ese vínculo como quien corta la hilacha de una campera desprolija. Me sentía a gusto sin su presencia, y mis cuarenta y cuatro años a cuesta.
Al igual que siempre, llevaba un libro para protegerme y lo abría en los sitios más insólitos.

52

Hay amores mejores y mayores: el de ella fue mayor; se entregó dando todo de sí; fue absolutamente desinteresado, a priori.
 
53

El dolor es un impacto, un tiro en el blanco, un instante de ceguera desprovisto de serenidad. Vemos la luz del hecho, el acto en sí y aguardamos.
El dolor ahoga toda otra dimensión, sin frontera ni medida. Es absoluto, como Dios.
 
54

Imagino la muerte de los míos: no deseo que me encuentre desprevenida y así poder soportarlo  sin entrar en conmoción. Me los imagino muertos. Llegado el momento podré recrear ese dolor y – al repetirlo- solo vivirlo con el mínimo de desilusión posible. Ya lo habré habitado y no podré sufrirlo ,como si fuera un dolor reciente.
 
55

Al decidir abandonarlo fue terca en su decisión y la mantuvo por simple inercia.
Ya no era joven; le era suficiente una dosis de serenidad y de seguridad en su entorno y comprendió que era un paso necesario para su intelecto.
No vendría tras ella. Su orgullo era muy fuerte. La dejaría tomar su propia decisión. Si se abrían perspectivas diferentes, no intervendría. Como un perrito echado, con la cola entre las piernas, ni siquiera ladraría o gemiría.
 
56

Cuerpo y alma son una dualidad. Ella podía cohabitar, ser copartícipe del suyo y de su espíritu, pero era casi imposible ser uno con el otro:  era un sueño compartido por todos los habitantes de la tierra. Adán y Eva cortaron el lazo que los ligaba el Edén y ya nada jamás podría consolar a sus descendientes de ese brusco corte irremediable.
 
 
57

La condena pesa sobre el cristiano. Occidente está plagado de culpas; debe pagar, absorber el dolor de su estirpe.
 
 58

Sobre sus rodillas descansan varios libros; elige uno, no al azar, pero quedan los  demás y le pesa. La lectura la defiende del mudo y de su agresión : un libro no discute, no pide explicaciones.
 
60

Lo dejé una noche, en la puerta de mi casa, con el auto en marcha. Lo abandoné, porque –mientras le explicaba mi pena- que era inmensa –espiaba con el rabillo de un ojo a una indefensa criatura.La noche estaba en penumbras; en el cielo no vi si había una luna creciente o menguante; entré en mi departamento y una lámpara prendida en mi habitación me esperaba en silencio.
Hui, retirándome. Lo aparté con el fin de asegurarme una pacífica madurez.
No creo en el amor y la pasión es una enfermedad con sus diversos estratos de costumbre, hábitos, el infaltable tedio y el olvido.
No pude convertirlo en un libro ni en un animalito que me amara sin razón alguna y poderlo de ese modo retener en mi regazo. Fue  un sueño y los sueños no se transforman en realidad. No deseaba engaños ni supuestos. La adultez de él prefería la carne fresca con perfume a selva dormida.
 
61

Sabía que el tener una enfermedad en su mente era una especie de corrupción que atacaba el espíritu y que se podía abatir suavemente sobre su ser. Desde sus escasos diez y nueve años estaba allí, en suspenso, como el filo de la guillotina, que mantiene el verdugo sobre la cabeza rapada del moribundo.
Y le era insoportable. Seguir juntos hubiera significado caer en esa vertiente sombría, escuchar de nuevo aquellas voces de la locura llamándola quedamente y su único remedio posible habría sido la muerte.
…  Para no morir, lo abandonó.         
                              -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

miércoles, 19 de julio de 2017

VILLA GESELL

DESDE  

Villa Gesell                                                                                                   16-XII-1980

Llegué, vi y oré. Agradecí a Dios este placer inaudito de tener todo el mar para mí. Una de mis diversiones favoritas  fue mirar el cielo, acostada y ver formarse las nubes, unas  muy cercanas, otras cruzando al bies el firmamento y una gruesa, sospechosa de lluvia.
Fue un día muy bello. Quizá el cansancio me torna lacónica; me bañé –aunque no pude ir muy hondo, porque la corriente arrastraba demasiado hacia adentro- pero me ayudó a despejarme un poco.
Viendo mi falta de sueño, postergamos el cumple de Sebi hasta el domingo.
Esta tarde iré a misa. Los chicos, mientras tanto, irán a gastar su dinero en los juegos. Yo suelo sentarme en los escalones de la vereda: las calles de Gesell son escalonadas; invitan a meditar.
Santi y Sebi no fueron a los juegos finalmente. Cuando llegamos de la playa se bañaron y, mientras me bañaba yo, se quedaron dormidos.
Siempre cuando llego al mar voy a verlo con mis hijos, luego del largo viaje, a fin de saludarlo todos juntos. Tocamos la primera espuma de una ola retrasada y nos hacemos la señal de la cruz. Sebi me preguntó la causa de ese gesto. Le respondí que era la forma de ponerme en sus manos, bajo su protección. Lo que suceda en las vacaciones lo dejo a su antojo, con este gesto ritual.
Los chicos están millonarios; el padre les dio dinero para sus diversiones. Mi madre les adelantó el dinero del regalo de Navidad para que puedan divertirse. Yo, por el momento, me dejo estar, me dejo llevar por las olas, el viento, la brisa y la armonía de estos días que comenzaron tan bien.

El mar no está acogedor. Hay mucho viento sur. Las olas rompen como quieren; la espuma te revuelca; es imposible nadar; la corrientes es feroz. Hace frío, aunque al estar el mar tan agitado, uno sale exhausta de luchar en contra de él y por los revolcones no se siente el frío.
Ya he tomado un dejo de color bronceado. Ayer estaba transparente; parecía nevada; hoy ya parezco un ser humano con un suave color tostado que insinúa el paso del sol por mi cuerpo. Mi brilla la mirada y tengo las mejillas rosadas. He perdido el color cadavérico de los meses que se sucedieron a los exámenes. Hoy sencillamente soy feliz.

Amaneció lloviendo. A las diez se despejó y fuimos vestidos a la playa. Me gusta la arena mojada por la lluvia; el aroma de la playa es más penetrante y la marea, en días lluviosos, suele dejar sorpresas en la orilla del mar; conchillas, piedritas de colores y hasta cangrejos. Ahora es un día precioso; se despejaron las nubes y el cielo está límpido y azul.
Comencé a leer algunos libros de estudio, pero lo hago sin apuro, con mucha parsimonia. Por primera vez mis movimientos son lentos, ex profeso; me muevo, me deslizo por la vida con lentitud.
Muchas tardes y noches les leo en voz alta a los chicos, que me escuchan ávidos de aventuras. Como es Literatura Argentina y trata sobre los indios y sus hazañas crueles en la pampa desierta, el tema les apasiona. Por supuesto elijo los mejores fragmentos, los de más acción, así entran en  nuestra historia y en nuestra literatura, sin darse cuenta. Sebastián lee las Parábolas de Cristo, por las tardes, mientras nos bañamos.

Fuimos a la playa, pese al terrible viento. Los chicos me regalaron una colchoneta inflable, con una almohada que es como estar recostada en una nube. Mientras ellos jugaban y se revolcaban en los médanos, yo me quedé dormida; fue magnífico. El viento me arrullaba como una canción de cuna. Sebi me despertó; puso su manito humedecida sobre mi espalda porque “hacía mucho que soñaba”, según sus propias palabras.
Apareció un lobo marino en la costa; medía –según me dicen, 1,50 metros y era gris claro. Al ver tanto chico, se metió en la rompiente y desapareció. Me lo perdí por quedarme dormida. Más tarde encontré tres Juan Salvador Gaviota; cada uno- individualista- ensayaba su vuelo peculiar en el espacio.
Es increíble ver el cielo azul, esa bóveda celeste, circular, que cruza de Esta a Oeste el firmamento y, a lo lejos, el horizonte, una línea inexistente que se pierde en otro horizonte aún más lejos. A veces, un barco a la distancia cruza el mar.
Los chicos tienen su propio dinero para los juegos pero para comer estamos apretados de dinero. Nos medimos al máximo y apenas nos alcanza. Traemos comida al hotel y parecemos los más pobres de todos los pobres. Los chicos comen alfajores de chocolate a la hora del té con jugo de naranja. Extraño mi café. Olvidé el termo y el jugo no me energiza.
Está fresco y, aunque llueve, la formante pasa en diez minutos. El viento viene del sur.

Si hay algo que me llena de admiración es ver el amor que se tienen Santiago y  Sebastián. Es íntegro, total, imposible de explicar.

Sebi ya se compró tres libros con su dinero sobre los Hermanos Grimm; cuentos de fantasía donde todo es posible; manzanas de oro, duendes, hadas milagrosas.
Me encanta verlo tan lector. Santi, en cambio, es una pila imposible de gastar; me agota y en ocasiones me irrito; no puedo con mis casi cuarenta años, seguirle el trote. Es un torbellino que ya mira las niñas y baila todo el día. Le encanta la vida y a nada le teme: Es todo él, el resumen de los positivo pero, aún siendo muy inteligente y tremendamente capaz, no es intelectual. Es el único que le escapa a los libros.

Día soberbio; fresco, lleno de luz, de sol, sin nubes ni tormenta a la vista.
Por primera vez alquilé una sombrilla. Lo bueno es que tenemos también cuatro sillas. La colchoneta inflable resultó una maravilla. Puse la silla tumbada y sobre el respaldo la coloqué y tuvo el sillón más cómodo.
Almorzamos ravioles con tucos en la playa; estudié griego y leí un cuento.
Mañana temprano nos vamos a Mar del Plata con mi madre y su amiga más los chicos y yo.
Ayer perdí mi campera. Se me resbaló de las manos, cuando caminábamos hacia el centro. Lo siento, porque la necesitaba. Sebi me preguntó porqué siempre les hago tantas recomendaciones, si finalmente soy yo la que pierde las cosas.
Me callé y me sonreí; tiene razón. Santiago, que jamás tiene frío, me prestó la suya, pero no me cierra. No me enojé, no me rebelé: no puedo culpar a nadie de mis descuidos.

Ayer fuimos a Mar del Plata. Tuvimos una visión histórica de la familia a través de los cuentos de mi madre. Fuimos a dar una vuelta por los campos y las costas; nos bañamos en la playa San Jacinto. A los 18 horas, hartos de dar vueltas, decidimos aproximarnos cerca del casco de la Estancia Cabo Corrientes. Tomamos un frugal té en el bosque Peralta Ramos y sus alrededores. No puedes imaginarte la sensación de frescura por el perfume de los pinos, luego de una día tan caluroso. El sol filtraba sus rayos por entre los troncos y nos sentamos en uno de ellos escuchando el canto de las aves que se preparaban para dormir. Santiago comía y se reía; es tan vital este muchachito que, a veces, parece un potrillo desbocado.
Agradecí a Dios el día que –pese a ser cansador- fue mechado de anécdotas familiar y lugares desconocidos. Agradecí a nuestros familiares la visión de edificar en páramos desolados y la fortuna que le dejaron a sus herederos, pero sobre todo agradecí lo profundamente  religiosos que fueron donando una capilla, un colegio, un convento, el hospital, diez mil metros para construir un barrio que lleva su nombre y hasta el cementerio. Fue reconfortante saberlos ricos y tan humano.

Luego emprendimos el regreso a Villa Gesell.

DESDE EL SILENCIO DE MI CARMELO


DESDE EL SILENCIO DE MI CARMELO

Prólogo

Este libro no es mío; yo sólo he recopilado y compaginado diversas cartas que me fueron enviadas y extraje lo que me pareció más trascendental (la autora debió perderse en las sombras oscuras por su triple voto de humildad, castidad y caridad; espero que sólo  aparezca lo que Dios quiso dar a través suyo).
No es la primera ni la última vez que una monja Carmelita Descalza nos abandona su legado de paz y armonía cristiana. Ya lo hicieron antes, en el Siglo de Oro, Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz- ambos patrono de esta Orden y, en pleno Romanticismo, Santa Teresita del Niño Jesús. Tampoco fueron los únicos.
Quizá no había nada más que agregar, salvo que los tiempos han cambiado, los siglos se han sucedido y hoy, próximo ya al año 2000, en los conventos carmelitanos de clausura rigurosa se sigue viviendo de igual forma, pese a los siglos,  según las reglas de Santa Teresa.
Ciertos libros míos han coincidido con la superación de algún problema, en un movimiento centrípeto y finalmente éste me encamina hacia la aceptación total de mi ser, de mis límites y de la creación.
Quizá algún día me encierra yo también en un convento de Carmelitas y, al igual que los antiguos anacoretas, me alimente solamente de leche, pan y miel.
            (Tercer domingo de octubre, 1979)
El espíritu de la Orden
                                     Fue fundada por Santa Teresa en 1562, en Ávila, España. Los actuales conventos siguen siendo fieles a los lineamientos de la fundadora. La orden es eclesial y apostólica; es un diálogo constante con Dios, realizado tanto en el trabajo como en la oración, siempre con ánimo alegre. Se pone el acento en el ejercicio de la virtud, los rezos y el trabajo. Las tareas no habituales, como las de la huerta y el jardín son eficaces para la ascesis.
Los diversos trabajo que emprende cada convento les permite solventar en gran medida los gastos de la comunidad; hacen escapularios, imágenes, rosarios, loza, cristales, estampas en papel o en madera, muñecos de trapo, encuadernaciones. También ayudaban las donaciones económicas, cada vez más escasas, y los alimentos regalados, cada vez menos frecuentes.
La edad mínima para el ingreso es de diez y ocho años y de veinticinco para la Profesión Solemne, con los estudios secundarios completos. La capacidad de un monasterio es de veintiuna monjas.
Los contactos directos  con el mundo exterior son escasos y se reducen a salidas por razones económicas o de salud; visitas a un médico o al dentista. Salen siempre de a dos, viajando en ómnibus, subtes y ocasiones en taxi. El ruido y el movimiento no dejan de aturdirlas, aunque obren de modo de no llamar la atención con su recogimiento y habitual reserva.
Ciertos conventos son más exigentes que otros con respecto a las visitas de los familiares. Algunos se reducen a una visita mensual que se realiza en un locutorio con barrotes.
El silencio es el fin de la comunidad para consagrarse plenamente a la oración. Se habla lo necesario -excepto en las horas de recreo- pues la gratuita conversación desvía la mente del recogimiento.
Pueden escuchar la radio o ver la TV en caso de ceremonias religiosas o acontecimientos capitales de la iglesia o cuando suceden hechos de gran repercusión en el país o en el mundo. Están al tanto de los problemas de la mujer en la sociedad actual. Las autoridades son la Priora y cuatro consejeras. Por lo general, ella  no toma decisiones hasta conocer el juicio de sus consejeras. Su elección se efectúa por votación de las hermanas, ante el representante del obispo de esa jurisdicción, más dos sacerdotes. Poseen un reglamento bien preciso en los libros de Santa Teresa. Cada  nueva Priora elige sus consejeras.
Un día en el Carmelo
Se levantan a las 5.30 A.m. A las 6 entran al coro, donde se  reúnen para rezar- y después de laúdes y de una hora de meditación -oración silenciosa e individual- rezan tercia.  A las 8, el capellán de la comunidad celebra la misa conventual; después de la misa desayunan: café con leche y pan. Hasta las 11.20 trabajan en las tareas asignadas, para luego dirigirse al coro a fin de rezar sexta y realizar el examen de conciencia.
En seguida pasan al refectorio; el tiempo de almorzar es de media hora. No comen carne –salvo las hermanas enfermas- sí pescado, huevo, leche, verduras. Usan cubiertos de madera.
El recreo es de 12.15 a 13.15; allí se rompe el silencio y se percibe la alegría en la cual viven. Se reúnen y conversan, mientras cosen, tejen o continúan con alguna otra tarea manual.
De 13.15 a 14.30 dedican el tiempo para ellas; leen, se ocupan de su ropa o pueden descansar una hora.
A las 14.30 regresan al coro para rezar nona y a continuación trabajan hasta las 17.30; se dirigen nuevamente al coro y rezan vísperas y la oración final, Permanecen en el coro orando en silencio hasta las 18.45 y desde esta hora hasta las 19.15 toman una pequeña colación: sopa de verduras y, a veces, fruta. La segunda recreación es a las 20.15.
En días de fiesta o domingos no se trabaja y en alguna gran festividad tocan instrumentos o componen versos; todo al igual que en tiempos de Santa Teresa.
De 20.15 a 20.45 rezan completas. Desde esa hora hasta las 22 las religiosas pueden escribir cartas o leer y a partir de las 22 hasta las 22.40 se efectúa el oficio de lecturas. Finalizado éste, cada una se dirige a su celda; mientras lo hacen, una hermana canta en diversos puntos del monasterio una sentencia que tienen a prolongar en estada de descanso y de sueño el clima de recogimiento y de oración que se logró durante el día.
(La Nación, Bs. As 27-V.1982)

Cartas de una Carmelita:

  •        Una creciente amistad
  •        Hábitos monacales
  •        Problemas cotidianos

Esta cruz, que me llegó la noche de Navidad, te la regalo. Sé que Jesús cuenta conmigo; para eso estoy en el Carmelo. Mi hábito y mi consagración diaria me lo recuerdan día y noche, sin posibilidad de descanso.
Este pequeño crucifijo te recordará que Jesús cuenta contigo, para que lo lleves en tu alma, para que lo ames y para que ese amor sea transparente en quienes te rodean. Cuenta contigo para que no le pidas explicaciones sino para que a su lado lleves la Cruz con Él.
Sí, Jesús cuenta que seas Cristina, Portadora de Cristo, como tu nombre lo indica.
+.+.+.+.+
Que Jesús prenda en tu corazón en la Noche Santa, la alegría de saber que como cristiana  llevas en tu corazón a ese Niño, que tiembla de frío en un pesebre, porque los hombres no quieren amarlo.
+.+.+.
Mientras viva te llevaré al Sagrario, en mi oración diaria, ya que si yo llegara a ser una verdadera carmelita mi respiración debería ser oración.
Te agradezco las poesías. Me gusta tanto como la buena música. Al escucharla pareciera que brotara desde el fondo de mi  ser. Mientras te escribo escucho la Séptima Sinfonía.
Existen músicas que acompañan los estados de ánimo. Existen otras, cuya hondura es tan profunda que parece fundirse con el propio ser. Así me sucedió con el Réquiem de Mozart.
Beethoven es Beethoven, estamos de acuerdo, y Mozart es siempre Mozart  y todos los genios de la música y de la poesía son pequeñas y breves partículas, pequeños atisbos de la infinita sabiduría de Dios.
+.+.+.+
Comprendo tu alma, porque eres transparente y ella se me hizo patenta en tu mirada, en tus gestos, en tus manos cargadas de sensibilidad.
No temas; tu lugar en mi corazón lo hizo Dios y yo debo ser fiel a su mandato. 
Te agradezco que me hayas brindado tus preocupaciones a fin de llevarlas en mi oración  silenciosa  dentro de mi corazón consagrado.
Gracias nuevamente por haberme brindado tu alma, que yo cuidaré con ayuda de Jesús. Yo sólo significo en tu vida una ayuda espiritual, un especie de bastón para efectuar el extenso viaje de la vida.
Entré al Carmelo para que un día mi oscuridad, mi silencio y soledad estallaran en luz en ciertas almas que yo desconocía y que Dios, misteriosamente, acercaría a mi vida consagrada.
Una de esas almas eras tú- pequeño manojo de tensión y de angustia- y desde el primer momento sentí que debía darte mi oración y que debía caminar desde el Carmelo y compartir contigo las piedras y espinas que te hirieran, porque la carga que se lleva entre dos pesa menos.
                                       +.+.+.+.+.+.
Dios te ha dotado de una gran capacidad para captar lo bello, lo noble, pues todo artista  añora una perfección mayor. Tus palabras caen en mi corazón y germina una oración que brota muy sencilla y simple delante del Sagrario. Allí te llevo y allí te dejo y sé que te irás restaurando poquito a poco.
                                     +.+.+.
Si alguna vez te cayeras y te lastimaras, si alguna vez el barro te salpicase, puedes estar segura que te besaría con más cariño –si cabe- y sabría comprenderte y ayudarte, tratando de restañar en ti las heridas de la caída. Esto me lo enseñó el Señor en horas de oración.
Espero que nuestro encuentro sea siempre en encuentro de almas que se comprenden más allá de las palabras y no “un puente de malentendidos”, como decía el Principito.
+.+.+.+.
Hoy me diste una gran alegría, muy apropiada litúrgicamente pues es la fiesta de la Epifanía.
Qué lindo verte serena, hablando, indagando las huellas, a pesar de los pesares.
Fuiste la sonrisa del Niño Jesús en aquella otra Navidad; hoy eres el regalo de los Reyes Magos.
+.+.+.+.
Gracias por tu carta tan llena de lindas noticias. Me alegro de ver cuánto gozaste en el Sur. Me han dicho que el lago Mascardi  tiene aguas de color azul turquesa.
No me extraña la contrapartida de los días en Alfaland; siempre el campo te ha traído recuerdos de la infancia, pero en comparación con ese Sur que acabas de visitar, esta vez la estancia te quedó pequeña.
                       +.+.+.
Me están pintando mi lugar de trabajo, de modo que he sigo violentamente desalojada y aprovecho antes de que surja otra tarea imprevista, de las que abundan en el Carmelo, para escribirte, mientras escucho música.
Te escribo un poco a la disparada, en medio de timbres, llamadas por teléfono y corridas propias de mi vida como secretaria, ecónoma y tornera.
Este año nos hemos tomado diez días de vacaciones dentro del monasterio;  he aprovechado para poner orden en mis papeles, ropa particular, escribir, oír música y meditar, aparte de dormir un poco más.
Espero que te cuides, es decir que cuides  tu alma. Mucho ánimo y adelante.
+.+.+.+
Mi vida se reparte en las obligaciones propias de mi oficio; soy tornera por la mañana y por la tarde soy secretaria de la Madre Priora.  Mi vida gira en torno a la Comunidad y trato de estar al servicio de ella. A veces, lo reconozco, me puedo sentir sola y cansada, pero es allí donde la música me relaja, me dispone para un nuevo día.
Dentro de cinco minutos sonará la campana y tendré que ir a rezar al Coro
Quiero ayudarte, Cristina, quiero ayudarte en tu vuelo hacia Dios.
+.+.+.+.  
Empiezan los días medio grises del otoño; imagino que a tu temperamento de artista lo  pone melancólico. Escribirás con un sabor dorado, ya verás. 
Hace mucho frío y el Convento es una heladera. El frío que paso  lo ofrezco para que los corazones ardan en el amor y confío que alguno llegue a caldearse.   
El domingo a la tarde te esperé con un ramito de jazmines y un pimpollo de rosa blanca; te sentí tan apenada la noche de Pascua, luego de la partida de Joan, que deseaba darte esta pequeña alegría. Como no viniste le puse las flores a la Virgen y le pedí que te consolara. Sé que las despedidas te hacen sufrir y en esta fecha siempre sueles tener bajones, pero este año será diferente. Tus dorados  cincuenta años te darán una experiencia y una objetividad  para transitar el camino. Que esta nueva década que recién se inicia sea de plenitud y éxitos literarios.  
+.+.+.+.+
Quisiera que esta Pascua en Alfaland sean días serenos. Aprisiona verde entre tus pupilas a fin de poder soportar el cemento de esta  gran ciudad.
Deseo  que sean para ti un descanso que te ayude a enfrentar el diario  día a día. 
+.+.+.+.         
Hoy me sentía muy triste y no sabes lo bien  que me hizo escuchar el Adagio de Albinioni.
Después de la muerte entraremos en la vida eterna. Este último viaje y la hora definitiva de la partida sólo Él la conoce. 
Dentro de un minuto sonará la campana y estaré rezando de nuevo por ti, por el mundo, por los que sufren, por los que lloran. Te llevo pues a mi oración y te abandono en ella. 
+.+.+.+.+
Cuando estás cansada o te exiges demasiado mentalmente, con el agregado de pocas horas de sueño y demasiado café, las mariposas negras comienzan su danza  cada vez más vertiginosa y cuando más rápido danzan más te  marean y te obnubilan a fin de poder apreciar los valores por los cuales debes luchar.
Te suplico que hagas un esfuerzo. Por experiencia sabes que estamos espiritualmente muy unidas.
+.+.+.+.    
Estoy en pleno Retiro Espiritual, ayudada con unas buenas pláticas. Paso el día en soledad y en silencio; habito una ermita construida en la huerta. No te imaginas lo que es la soledad del Carmelo desde una ermita. Pasan las horas y uno se encuentra en suspenso  entre el cielo y la tierra; respiramos la atmósfera pura de las altas cumbres.
Me has pedido una carta sin urgencias ni apremios. Tengo una hora tranquila en este día de paz.
+.+.+.+
 “Una pequeña música nocturna” de Mozart es de una frescura incomparable. Sin embargo no he logrado superar mi preferencia por Beethoven. Hace poco escuché “la sonata a Kreutzer” para violín y piano y es de una profundidad incomparable.
Pero tienes razón; existen momentos en los cuales uno necesita una música más cristalina; me cuesta aceptar que en ciertos períodos necesito más a Mozart que a Beethoven. Tal vez posee demasiada pasión.
El segundo movimiento del concierto para violín en Re menor de Mozart es magnífico;  me ha  transportado muy lejos, hasta senderos  inalcanzables.
+.+.+.+.+
En noviembre cumplo mis Bodas de Plata: 25 años de consagrarme a Dios en pobreza, castidad y obediencia; 25 años de bendiciones, no siendo menos las cruces con las cuales me marcó. 25 años en el Carmelo. No los he sentido casi. Dios me dio la fuerza de cargar con mi cruz.
+.+.+.+.
Comprendo la impotencia ante tu depresión; el problema es tener enferma la voluntad; no podemos exigir que reaccione y siga marchando.
Sé que tienes una gran sed de infinito que no se sacia ni con lo que ves ni con lo que palpas, que te cuesta vivir en el mundo de las realidades, tan agresivo y hostil, tan incomprensible a veces.
Te imagino cansada, sin ganas de seguir luchando.  Pero Dios  te brindó el secreto de la inspiración poética y literaria y no podrás escapar a tu destino. 
Entonces tu sed de Absoluto se saciará.
+.+.+.+.
Me han elegido Priora; te lo estoy contando y me resulta increíble, pues no tengo condiciones para este cargo, pero aquí me tienes, ensayando ser madre de 21 hijas espirituales y queriendo ayudarlas en su camino.
Me despierto y me parece un sueño. Es una etapa nueva que durará tres años.
El único descanso que me permito es escuchar la música que me regalaste y me regalas desde hace catorce años. Un día es Beethoven, otro Mozart, otro el Mesías, no falta el Adagio ni el Réquiem, ni tantos conciertos elegidos por ti.
Ya ves como discretamente estás dentro del Carmelo. Cuantas veces he acudido agobiada al Adagio de Albinoni y me he sentido acompañada en esa melodía incomparable.
La vida, decía Santa Teresa es “una mala noche en una mala posada”. 
+.+.+.+.
Estas dos noches en terapia me han hecho valorar la vida. Puedes quedarte tranquila; me cuido, me cuidan, descanso, me encuentro más animada.  Escucho música desde  mi celda y me ayuda a rezar y a sentirme  acompañada.
+.+.+.+.
Me fui a Santiago del Estero y llevé la música  que, unida  a los cuidados de mi hermana obraron el milagro de mi pronto curación y en veinte días era otra persona.
Te agradezco tu modo entrañable de acortar distancias, tu inalterable cariño. La amistad nos llegó a través de la música, donde cada nota posee una resonancia especial y une nuestras almas en una armonía que nos aleja de toda estridencia. Largos años de amistad me hacen pensar que nos comprendemos más allá de las palabras.
Luego de mi enfermedad misteriosa, aún para los médicos, necesito un tiempo sereno para prepararme para el gran viaje. La señal de partida no depende de mí, aunque sí el intentar no perder el tren.
No deseo que sufras mi muerte; no será una muerte a secas: será un encuentro de amor.
+.+.+.+.
Epílogo
Te escribo en las últimas horas de este año. Ninguna de las dos lo olvidaremos. Sabes cuánto me costó ver desdibujarse en las sombras la imagen dulce de mi madre, llena de inmensa ternura y no sólo verla una vez sino tener que contemplar su lenta y abismal destrucción.  Pero ese dolor tan duro, mirado con fe y con amor, delimita nuevos rumbos, que escapan siempre a nuestro limitado y pobre humano modo.
Dios me regaló en esta Navidad el poder verte comulgar con mis propios ojos y ese encuentro de tu alma herida, fue como un ave que intentaba su último vuelo, como un cisne que quería cantar, antes de morir.
Así te conocí, como despidiéndote de todas las cosas, porque todas ellas estaban vacías. Querías irte y yo no podía hacer nada más que rezar; quedarme delante del Sagrario y decirle a Jesús: “Señor, tú lo sabes todo”. Sólo Él podía hablarte, marcar la hora. Yo debía simplemente esperar. No hubiera violentado tu libertad jamás; tengo un respeto enorme por las almas.
Cuántas veces en este tiempo de Adviento volví al Sagrario diciendo siempre: “Señor, si Tú quieres…” y allí me quedaba. Recé mucho y gocé mucho. Dios permitió que esta Navidad fuese para mí una fiesta de luz, porque Jesús prendió una estrella a último momento que fue tu encuentro con la Eucaristía.
Tengo la seguridad de que no lo perderás, Por sombras y luces te guiará, caminando a tu lado, recorriendo la senda contigo. Aprenderás a ser  paciente,  el olvido de ti cada día.  
Siempre es corto el rato para conversar contigo. El mes de enero será de mucha tarea. Soy Priora pero como en febrero finaliza esa función, al terminar el trienio debo dejar los papeles en orden  para que la futura nueva hermana que me suplante no tenga dolores de cabeza desde el comienzo.
Pero no pienses ni por un instante que no vibro contigo y puedes estar segura de que siempre que me necesites estaré a tu lado. Si Dios me llama, no dejaré de rogar por ti jamás; tu alma está en la mía, en esa misteriosa unión por intermedio de la oración.
Si me retraso en escribirte no es olvido; es que no tuve un minuto libre El alma vuela, mi querida, pero los pies tienen que caminar y las horas pasan, aun cuando el alma se halle anclada en la eternidad.
Cristina, te reirás de tus angustias, de tus fallas. Crecerán tus hijos y vendrás los nietos, cuando blanqueen tus sienes y vendrás a misa, al Carmelo, rodeada de chiquillos revoltosos que  no te dejarán quedarte a solas rezando y me dirás: ¿Te acuerdas? Pasaron veinte años y cada día fue más pacífico, cada mañana marcó el comienzo de una nueva aventura, que empieza en la tierra pero que termina en el cielo, en la dicha que no tiene fin.


María del Valle siguió enferma, sin que los médicos supieran exactamente cuál era su mal. Mientras la estaban preparando para operarla y descubrir el porqué de sus problemas estomacales y su derrumbe físico, una aneurisma  galopante la salvó de la cirugía pero no de la muerte.
 Cristina Bosch