sábado, 17 de octubre de 2020

ITE CUPIDO EST

 

 
                   
                           1986
 
Introducción.
A Milan Kundera que me inspiró para escribir este breve   novellino.


1
 
Tener compasión significa saber vivir con el otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad. Es el arte de la telepatía, de un valor incalculable.
2
MI PASO ERA AHORA MUCHO MÁS LIGERO, CASI LEVE. DISFRUTABA DE ESA DULCE LIVIANDAD DE MI SER.

3

La grandeza del individuo consiste en cargar con su sino, cual Atlas lleva la elíptica esfera sobre sus amplios hombros.

4

 Mi recuerdo le sería insoportable y doloroso. Ni siquiera el dolor más íntimo es más pesado que el pathos en soledad, multiplicado a través de la culpa y prolongado en centenares de ecos.
 
 5

 ¿Cuánto  tiempo me torturaría su ausencia? ¿Un año, unos meses o sólo una semana?  ¿Se daría cuenta de que existe una cantidad de posibilidades de amores no realizados por otros hombres?
Todos tenemos por inimaginable que el amor nuestro pueda ser repetido.
 

6

 Yacía a su costado, suspirando pausadamente, mientras él dormía. Sentía una opresión en la boca del estómago y una infinita angustia por su regreso.
  
7

No pudo ser feliz, pues la dicha se basa en repeticiones circulares. Ser o estar feliz es repetir una vez más un estado de ánimo que nos causó antes gozo.
 
8

 Solamente la casualidad puede manifestarse como un jeroglífico sin descifrar. Lo esperado permanece en silencio. Tratamos de leer en ello tal como el brujo en un mazo de naipes, en un futuro repleto de encantos. Si el amor fuera inolvidable, los acontecimientos deberían volar hacia él desde el primer contacto.
Nuestra vida cotidiana está invadida por hechos casuales, hechos inexplicable a los cuales denominamos coincidencias, lo que significa que dos actos ocurren al mismo tiempo.
En Ana Karenina, el principio y el fin de la novela suceden en un andén; es una de las tantas composiciones simétricas, como El Quijote, por ejemplo. Pero volviendo a Ana, el encuentro con Vronsky es en un andén, donde un miserable harapiento acaba de lanzarse bajo las ruedas de un tren y al final del relato ella elige también ese fin para sí misma: las ruedas y el andén.
 
9

Es así cómo se manifiestan los tropezones humanos, cual una pieza musical. El ser, subordinado al valor, transforma los hallazgos casuales en un motivo esencial, que forma parte de la trama de su existencia: regresa, los olvida, los modifica, como el compositor a su tema.
El individuo traza su paso por la vida según ciertas reglas de belleza, aun en las etapas de mayor ansiedad. Ésta es la única razón por la cual se mantiene ciego ante su diaria cotidianidad, dejando que el ser pierda la  dimensión del universo.
 
10

Su existencia estaba desdoblada. El alba y el poniente luchaban en ella de forma permanente. Sentía un irrefrenable deseo de caer; yacía en el vértigo  continuo. Él solía antes levantarla pacientemente.
 
11

Ese ajuste estuvo basado desde el comienzo en el error. Sus proyectos fueron el escenario falso que los había engañado. Cada uno creó un Edén para el otro,  pese a que pudo convertirse en un infierno. El hecho de quererse demostraba que la equivocación no residía en ellos sino en la inseguridad de ella; no congeniaban, esto era lo cierto.  Ya no estaban en contacto directo, pese a que en ocasiones volaban juntos con su intelecto. Sus almas fueron similares, aunque  la educación recibida fue tan diferente.

12

Ella creía en Dios y pensaba que era la clave de todos sus actos. Estaba subordinada a la religión, pero no la practicaba ni yendo a misa ni comulgando los domingos o fiestas de guardar:  llevaba Dios en sus entrañas.
 Sus normas de conducta no eran iguales;
No era un agradecido nato y podía ser brusco y hasta tomarse un desquite contra el prójimo.
 
13

Ya no era joven; le era suficiente una dosis de serenidad y de seguridad en su entorno y comprendió que era un paso necesario para su intelecto. No vendría tras ella. Su orgullo era muy fuerte. La dejaría tomar su propia decisión. Si  se abrían perspectivas diferentes, no intervendría. Como un perrito echado, con la cola entre las piernas, ni siquiera ladraría o gemiría.
 
14

El no amaba la pureza; había instaurado otra clase de relaciones y no podía comprender su angustioso esfuerzo por seguirlo en esos nuevos y extraños manejos del amor. El quiso con ellos salvarla de la trivialidad de un encuentro sin importancia y separarla, mientras tanto, de su hogar conyugal: la cama matrimonial seguía siendo el símbolo y los símbolos no deben profanarse.
 
15

Amó  en ella su cultura, su razón despierta, no su físico alejado de toda sensualidad. Le había atraído su intelecto; faltaba material para sostener esa pareja.
 
16
 

Después de tanto amor frustrado, tornó a una paz íntegra, lograda por fin. No existía más la pasión acompañada de palpitaciones cada vez más rítmicas y veloces de ese corazón –que es a la vez un músculo ciego y dinámico-; su alma volaba por caminos insospechados
 
17

Modificando la relación quiso, deseó liberarla, aunque la sumergió en un lodo en el cual ella no estaba dispuesta a seguirlo. Ella creía que se debía tener una relación correcta con el destino: el problema no radicaba en ser feliz sino en ser coherente y llevar una vida con la que uno estaba de acuerdo, que correspondiera a nuestros principios.
 
18

Ese ajuste estuvo basado desde el comienzo en el error. Sus proyectos fueron el escenario falso que los había engañado.
 
19

En el amor sentía la excitación más fuerte, porque se excitaba en contra de su voluntad. Su alma no aceptaba la situación, pero para que durase aquella relación debía seguir el juego de las obligaciones que le otorgaban siempre determinadas prebendas.  Si no admitía el juego, la excitación disminuiría, pues la causa de que el alma se excitase era que su cuerpo presenciara esa traición, estando en total desacuerdo.
Las aventuras no fueron habituales en ella. Había conocido cuatro hombres y uno era su ex marido. En cuatro décadas no le parecía desmesurado. Al entregarse, amaba. Hacía el amor y se brindaba de inmediato.
Ante pequeños adulterios se inclinaba por la fidelidad, pero si eran inmensas pasiones, entonces sí:
¡Que el universo estallara en mil pedazos!
 
 
20

Hasta hacía poco él la aprisionaba, cancelando todas las puertas: ¡Era tan  posesivo! ¿Qué explicación se puede dar sino la de que el universo entero se había convertido en un mero campo de concentración?

21

No le faltaba sensualidad sino la energía a fin de seguirlo en esos denominados juegos sexuales.
Ella le inspiraba ternura y la pasión es inimaginable sin una cierta capacidad de violencia. Ella no significaba violencia alguna y renunciaba a seguirlo a la fuerza por senderos que le eran tan dolorosos como vanos. Era como inventarse cada vez un nuevo papel: se convirtió en una carga.
 
22

Él afirmaba que nunca podría hacerle daño. Era un culto religioso más que un amor. Entre los amores terrenales y este amor celestial existía un mutuo acuerdo,  pero no fue suficiente.
Ese amor celestial contenía -por ser justamente paradisíaco- una elevada dosis de elementos confusos, no comprensibles a primera vista, que los llevaba a múltiples malentendidos. Sus amores terrenales estaban basados en el ardor de un lecho con una mujer de fuertes caderas, estrecha cintura y piernas de bailarinas musculosas y grotescas.
Su amor  lo elevaba a las alturas, sin dejar por eso de observar y desear poseer toda criatura del sexo opuesto que se le aproximara en cualquier sitio del universo.
 
23

Es tarde. Está sola. Sabe que se quedará allí, en su hogar, siempre avanzando, porque no podría dejarse estar: la idea de verse

24

La gente escapa de la tristeza hacia un lejano futuro. Se imagina una recta más allá de la cual su porvenir mejorará, dejando un leve día de existir. Esto la consuela y le concede un cierto halo de bienestar.
 
25

Ella no podía ver la recta todavía. Desde hacía tiempo deseaba transmutar –de acuerdo a la filosofía de Parménides –lo pesado en leve. Su misión era ésta; conocer lo que se oculta detrás, intentar descubrir el otro lado de las cosas, de los sentimientos, lo que queda en la vida, cuando uno logra deshacerse de los hilvanes que hasta entonces consideró su tarea.
 
26

Según  Kundera, todos necesitamos de alguien que nos mire.
Se puede    dividir en cuatro categorías:
.Necesita la mirada de infinitos ojos anónimos, la mirada del público. Si no lo miran, siente que se ahoga.
·      Necesita la mirada  de muchos ojos conocidos; son los incansables organizadores de cocktails y comidas. Son más felices que  la categoría anterior. Cuando pierde su público tiene la sensación de que se  apagó la luz. Siempre intenta encontrar alguna de estas miradas.
·      Necesita la mirada de la persona amada. Es el   soñador, el  que vive bajo la mirada imaginaria de personas presentes.
 
27

La mujer –admite Kundera- no puede resistirse a la voz que clama a su alma asustada y el hombre no puede resistirse a la mujer cuya alma ese sensible al lamento de su voz.
Ella no estaba ni siquiera protegida por su amor; temía a cada instante su huida, aceptando sin embargo de antemano su relación “in situ”  su mujer, su matrimonio.
 
La frágil construcción de esa pasión se derrumbaba. La columna vertebral era su fidelidad, no la suya. Pero el amor es como un imperio: cuando se desvanece la idea sobre la que se edificó éste, perece el imperio también.
 
28

El leyó su escrito y se escandalizó; era peor de lo imaginado. Jamás lo había sospechado. Se sentía ligada a ella, pese a su mujer legítima, por una especie de promesa de fidelidad que mantuvo un cierto tiempo, extenso para su “modus vivendi”. Se convirtió en un amante sin su amada por largos y agotadores meses, en medio del silencio y de su desaparición imprevista.
 
 
 
30

 

¿Qué lo condujo a ella como la abeja a la flor a fin de libar su néctar? ¿Qué cálculo racional o fue un profundo llamado interior?
 
31

En el mito de El Banquete,  Platón explica que los seres humanos fueron antiguamente hermafroditas, pues los dioses los separaron en dos mitades y que, desde ese momento, vagan por el universo buscándose; el amor sería el deseo de encontrar esa mitad perdida de nosotros mismos.
Quizá sea así; tal vez él intenta hallar en algún sitio del cosmos su propia identidad, con la cual en un entonces formó un cuerpo y, al no hallarla, sigue afanosamente su búsqueda.
 
32

En el Génesis está escrito que Dios creo al hombre, haciéndolo dueño de cuanto animal exista en la tierra: aves, bestias, peces, pero no le concedió el mismo dominio sobre todas las mujeres, salvo una, la suya “para crecer y multiplicarse”.

33

El individuo no es propietario terrestre sino un simple administrador: algún lejano día deberá rendir cuentas.
Descartes llamó al hombre “señor y propietario de la naturaleza” , negándole a los animales un alma; los veía como máquinas animadas, como si sus quejidos fueron similares a las campanadas de un reloj mal engrasado.
Nietzsche le pidió disculpas a Descartes y a su teoría el día que abrazó a un caballo en medio de la calle y lloró sobre su cuello. Le devolvió de esa modo  informal el alma, oponiéndose totalmente al filósofo moderno.
 
34

En el cerebro masculino existe –según  Kundera- una zona específica llamada por él “memoria poética”, donde se registra todo lo que nos ha conmovido o contribuido a embellecer nuestras diferentes etapas.
Desde que se había convertido en su amor celestial, ella sostenía que ninguna mujer tenía el real derecho a plasmar en esa fugaz porción de su cerebro ni la más mínima huella.
Sin embargo, él no lo creía así: toda mujer le inspiraba el derecho de examinarla como uno mide con un metro los centímetros de una tabla de madera, imprimiendo en la corteza cerebral de su memoria toda señal que aquellas fugaces proporciones dejaban a través de su deseo físico, con el ojo clínico del cual ve en el sexo una forma de vida.
Para ella, el amor celestial debería predominar al terrenal.
 
35

Su cerebro jamás descansaba o sólo por momentos, cuando tocaban temas relacionados con su capacidad creadora o la literatura. Si no tenían nada que discutir, donde su ego pudiera prevalecer, se sumergía con mayor ahínco, con un dejo de profesionalidad en las medidas de esas obras maestras femeninas, que ni eran estéticas ni las universalmente reconocidas, sino las vulgares: la mujer curvilínea, regordeta y pequeña, de dura carne fibrosa. Lo opuesto en un todo a su ser.
Ella no podía serle infiel a su trascendencia; sería no aceptar el llamado divino. Estaba determinada para algo más sublime.
 
36

El silencio les creció; estaba entre ellos cual una tragedia: pesaba el aire.
Para liberarse se fue de repente, sin una palabra, prometiéndole llamar por la tarde del día siguiente y no regresó: prefirió que sus cuerpos no se despidieran y se marcharan sin gritos ni reproches, ni reconciliaciones y nuevos desencuentros. Ya había comenzado el tiempo del adiós y este podía alargarse o no pero ya había comenzado la despedida.
 
 

37

Cuando comenzó a analizarlo, destruyó la imagen de lo soñado, lo cual era imposible que germinase: tenían realidades opuestas.
Deseaba modificarlo y era indispensable un lenguaje universal para el diario convivir.
 
38

Nadie puede brindar la cualidad del idilio eterno, al haber sido expulsado del Edén: hemos de sufrir en silencio a fin de ser admitidos nuevamente.
La estaba  dañando, pese a comportarse gentilmente.
Jamás sabremos si nuestros afectos nacen de los sentimientos del amor o hasta qué punto son una real necesidad.
El  amor debe mostrarse con una libertad que no presente fuerza alguna, pues de lo contrario se entablaría una lucha sin cuartel, donde uno sería el vencedor y el otro, el vencido
 
39

Reminiscencias: recordaba el tiempo en que se encontraban, como si  la música fuera una exquisita flor silvestre que crecía en la cima de una montaña nevada y silenciosa.
Pero había llegado el final; sentía el apuro por salir de esa situación, tal como uno desea escabullirse a la calle.
 
40

Quiso regresar; la reconciliación una vez más, por medio de las caricias eróticas, pero en ocasiones la existencia humana se torna imperceptiblemente leve. Ella prefería morir de una muerte lenta y agónicamente cruel que recomenzar una vez más, porque el mundo había perdido toda capacidad de trascendencia. En verdad, ella anhelaba una muerte metafísica, no materialista y sin sentido alguno.
 
 
41

Fue el fin. Un incidente adelantó la labor divina. Dios contaba con él; se hubiera encargado personalmente pues la predestinación estaba entre sus designios.
 
42

Después de tanto deseo inútil, tornó a una paz íntegra, lograda por fin. Su alma yacía en una sosegada calma. 
 
 
43

Kitsch –según Kundera- elimina de la existencia humana todo lo que es esencialmente inaceptable. Todo ser que acepte situaciones inadmisibles no vive de acuerdo a este término.
Nadie escapa a su kitsch: pertenece a su Sino. Podríamos bien compararlo a un cuadro; enfrente está la hipocresía y detrás del lienzo se esconde la verdad.
Existe en mí una imagen que sería mi ideal; un cristal iluminado una noche de Navidad nívea, nevada y fría, donde habite pacíficamente una familia feliz. Sé que es mentira, que no existe una familia dichosa todos los días de un año, pero ése es mi ideal irremediable.
 
 
44

Yo era su amor celestial; él prefirió subordinarse a sus amores terrenales, con lo cuales soñaba despierto, fijando sus pupilas en las medidas de una mujer cualquiera, que retenía luego entre su retina obstinada.
Para avanzar hacia esa gran marcha que es la vida, es necesario no perder de vista la identidad y ser fiel a nuestro propio kitsch, eliminar “ lo que es esencialmente inaceptable” en el orden de lo moral.
Mi kitsch personal no convergía con el suyo; era como si un norteamericano se diese la mano con un bárbaro soviet comunista.
 Cuando dos polos de la existencia se aproximan hasta rozarse, con inmensas diferencias de valores, nada es posible.
 
45

Yo no era practicante, sí creyente de un Cristo que –si no fuera Dios, merecería serlo-. 
Estaba de acuerdo con el camino elegido. Uno no puede vivir haciendo transgresiones- El ideal de la antigua aristocracia griega era el areté y sin éste únicamente sobreviven los individuos de moral dudosa, porque se van distanciando del ser y no puede alcanzar más que lo que el recién nacido en su cuna; el pre-ser de Heidegger.
 
 
46

No tengo miedo a la muerte: la busqué en dos oportunidades y ésta me eludió, pero sí de morir enclaustrada en un féretro o sepultada sin lograr mi camino. Aun quemada y esparcidas mis cenizas por doquier o enterrada bajo tierra, transformada en lo que Cristo sentenció: “polvo eres y en polvo te convertirás,” tenía que seguir mi ruta.
 
 
47

Deseaba morir y ser más leve que el aire. Parménides lo explicaría como una transfiguración de lo negativo en positivo
 
48

No compartíamos los mismos intereses; sus almas se habían extraviado. Eran tiempos distintos, relojes que no señalaban el mismo tiempo,  matices, diferentes, ideas que él no tomaba en cuenta, a la menor curva femenina que se cruzaba en su ruta. A todas cotejaba; todas era mensurables, objetos de su deseo inconcluso.

49

No era feliz. Encontraba junto a él la tristeza y no quería tornar a ella cara a cara, de frente o de perfil. El no lo percibía; seguía empecinado en mirar la calle como si fuera una pantalla en tecnicolor, donde ningún personaje femenino podía dejar de detectar con su mirada inquisidora; me desagradaba las ansias de su espíritu glotón, insatisfecho y sediento.
 
 
50

No quise herirlo. No pudo ni hubo reconciliación. Cada cual estaba solo, empecinado en su idea. Cada uno solo, consigo mismo, hasta la muerte.
 
51

Corté con ese vínculo como quien corta la hilacha de una campera desprolija. Me sentía a gusto sin su presencia, y mis cuarenta y cuatro años a cuesta.
Al igual que siempre, llevaba un libro para protegerme y lo abría en los sitios más insólitos.

52

Hay amores mejores y mayores: el de ella fue mayor; se entregó dando todo de sí; fue absolutamente desinteresado, a priori.
 
53

El dolor es un impacto, un tiro en el blanco, un instante de ceguera desprovisto de serenidad. Vemos la luz del hecho, el acto en sí y aguardamos.
El dolor ahoga toda otra dimensión, sin frontera ni medida. Es absoluto, como Dios.
 
54

Imagino la muerte de los míos: no deseo que me encuentre desprevenida y así poder soportarlo  sin entrar en conmoción. Me los imagino muertos. Llegado el momento podré recrear ese dolor y – al repetirlo- solo vivirlo con el mínimo de desilusión posible. Ya lo habré habitado y no podré sufrirlo ,como si fuera un dolor reciente.
 
55

Al decidir abandonarlo fue terca en su decisión y la mantuvo por simple inercia.
Ya no era joven; le era suficiente una dosis de serenidad y de seguridad en su entorno y comprendió que era un paso necesario para su intelecto.
No vendría tras ella. Su orgullo era muy fuerte. La dejaría tomar su propia decisión. Si se abrían perspectivas diferentes, no intervendría. Como un perrito echado, con la cola entre las piernas, ni siquiera ladraría o gemiría.
 
56

Cuerpo y alma son una dualidad. Ella podía cohabitar, ser copartícipe del suyo y de su espíritu, pero era casi imposible ser uno con el otro:  era un sueño compartido por todos los habitantes de la tierra. Adán y Eva cortaron el lazo que los ligaba el Edén y ya nada jamás podría consolar a sus descendientes de ese brusco corte irremediable.
 
 
57

La condena pesa sobre el cristiano. Occidente está plagado de culpas; debe pagar, absorber el dolor de su estirpe.
 
 58

Sobre sus rodillas descansan varios libros; elige uno, no al azar, pero quedan los  demás y le pesa. La lectura la defiende del mudo y de su agresión : un libro no discute, no pide explicaciones.
 
60

Lo dejé una noche, en la puerta de mi casa, con el auto en marcha. Lo abandoné, porque –mientras le explicaba mi pena- que era inmensa –espiaba con el rabillo de un ojo a una indefensa criatura.La noche estaba en penumbras; en el cielo no vi si había una luna creciente o menguante; entré en mi departamento y una lámpara prendida en mi habitación me esperaba en silencio.
Hui, retirándome. Lo aparté con el fin de asegurarme una pacífica madurez.
No creo en el amor y la pasión es una enfermedad con sus diversos estratos de costumbre, hábitos, el infaltable tedio y el olvido.
No pude convertirlo en un libro ni en un animalito que me amara sin razón alguna y poderlo de ese modo retener en mi regazo. Fue  un sueño y los sueños no se transforman en realidad. No deseaba engaños ni supuestos. La adultez de él prefería la carne fresca con perfume a selva dormida.
 
61

Sabía que el tener una enfermedad en su mente era una especie de corrupción que atacaba el espíritu y que se podía abatir suavemente sobre su ser. Desde sus escasos diez y nueve años estaba allí, en suspenso, como el filo de la guillotina, que mantiene el verdugo sobre la cabeza rapada del moribundo.
Y le era insoportable. Seguir juntos hubiera significado caer en esa vertiente sombría, escuchar de nuevo aquellas voces de la locura llamándola quedamente y su único remedio posible habría sido la muerte.
…  Para no morir, lo abandonó.         
                              -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.